El sol lucía en todo su esplendor, los almendros se llenaban de flores, los pajarillos buscaban pareja para construir sus nidos… y las abejitas no cesaban de acarrear polen a la colmena para alimentar a su reina y a las crías. Había comenzado la Primavera.
Pero este año no era un año tan normal como
los anteriores. Las abejas policías habían advertido, por todos los medios de
comunicación, de la presencia de unas abejas asesinas y ladronas: las abejas
asiáticas.
Éstas eran de un tamaño muy superior al de nuestras abejas. Se apostaban cerca de las puertas de las colmenas y devoraban a las obreras cuando salían o cuando entraban.
Pero, además, tenían el poder mágico de disminuir su tamaño para pasar desapercibidas o de aumentarlo para causar mucho miedo. Eran una terrible pesadilla. Todos los días eran devoradas miles de abejas y, no contentas con ello, les robaban el polen para llevarlo a sus colmenas. Las pobres abejitas se sentían arruinadas.
Una tarde se reunió el Comité de Emergencia y
acordó colocar centinelas en todas las entradas de la colmena y en sus alrededores,
los cuales deberían pedir la documentación a todas las abejas que se acercasen
al territorio. Más de 500 abejas soldado rodeaban la colmena. Cerraron
todas las puertas menos la principal.
Pasados unos días las noticias eran menos
malas. El Comité de Emergencia aseguraba que en las últimas 24 horas apenas
habían muerto 257 compatriotas.
Las abejas obreras se afanaban en volar de
flor en flor para hacer acopio de polen.
Una tarde regresaba la abeja Maricarmen con dos buenas bolas de polen entre sus patas traseras cuando se sintió perseguida de cerca. Tres enormes abejas asiáticas intentaban robarle el polen y, tal vez comérsela.
Pero Maricarmen, la Veloz, se conocía el terreno muy bien, tomó un atajo y despistó a sus enemigas. Por fin llegó a la entrada de la colmena. Las centinelas le pidieron la documentación y, oh, sorpresa, no llevaba el DNI. Sin duda lo había perdido durante su huida de las asiáticas. Por más escusas que puso, no le dejaron entrar, pues pensaban que era una abeja enemiga disfrazada. Dentro de la colmena, junto a la puerta, una abeja estaba escuchando la conversación. Era la abeja Chismosa, la cual corrió hasta la cámara de la reina y le contó lo sucedido.
-Y, ¿cómo dices que se llama esa obrera?
–preguntó la reina.
-Maricarmen, Maricarmen la Veloz, majestad
–dijo la Chismosa.
La reina ordenó al Zángano Mayor
que fuese y le trajese a la tal Maricarmen.
Cuando la reina la vio, con las dos enormes
bolas de polen en las patas traseras se enfureció muchísimo. Dejó de poner
huevos y llamó a todas las abejas. Y, muy enfadada, dijo:
-¿Habéis visto alguna vez a una abeja
asiática con polen entre sus patas traseras?
-Nooo, -respondieron todas.
-¡Sois unas necias!, -les gritó-. ¡Id a vuestros puestos! ¡Vamos, a trabajar!...
¡Y que no vuelva a ocurrir nada parecido!
Acto seguido ordenó a Maricarmen que le contase todo lo sucedido y cómo había conseguido recoger tanto polen.
Tras la charla la nombró su enfermera mayor.
Con tanta cantidad de polen que había traído
la abeja Maricarmen, la Veloz, y otras tan rápidas como ella, la abeja reina
aumentó el número de puestas, llegando hasta los 3000 huevos al día. Pronto
hubo tantas abejas en la colmena que las asiáticas no tuvieron más remedio que huir del
territorio.
¡Habían ganado la batalla!
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